Mi (no) crisis de los treinta y tantos

Dicen que la crisis de los 30 es terrible... ¿Cuál crisis? 

Este post además de ir con birra, va dirigido especialmente a las mujeres ;)


No cabe duda que el tiempo no corre ¡Vuela! Y así en una navidad por aquí más, otro queque de cumpleaños por allá, hace un par de meses llegué a la edad de Cristo, los famosos treinta y tres pues.

Los treinta son la mejor edad
La cosa es que después de los treinta nacen infinidad de nuevas etiquetas y ahí, es cuando empieza a gestarse para nosotras esa cosa que si no pelamos el ojo nos atropella, conocida como la famosa “crisis de los treintas”.

Porque si como yo, los treinta y tantos les llegan solteras, sin querendengue conocido y para rematar sin hijos, de una no más sepan que a cómo van apagando velitas la sociedad les va estampando en la frente además de la etiqueta de “vieja”, una cada año más enorme de “solterona”.

Si a esa soltería cuchicheada le sumamos el cúmulo de “metas” de los veintes que íbamos (si, tiempo pasado) a tener ya cumplidas después de los treintas estalla la cosa, aunque se trate de cosas absurdas de realizar en ese tiempo para los mortales, honrados y que no nos hemos pegado el gordito de fin de año, como tener mansión, carro del año, condo en la playa, millones guardados, conocer medio planeta, etc.

Pero como huésped desde hace tres años del tercer piso, les voy a compartir un dato: No se asusten nunca de los treintas ¿Saben por qué? Porque solo con el paso de estos años llegan y se van cosas que de otra manera no podrían suceder.

Y aquí vienen los por qué:

Porque después de los treinta por fin se despiden tantas inseguridades cargadas durante los veintitantos y los “¡Ay, qué vergüenza!” para dejar espacio a la seguridad de saber quiénes somos, que queremos, cómo y cuándo. Porque aunque aún tenemos dudas, son muchísimas más nuestras certezas y convicciones.

Porque no importa el qué dirán los otros, pues nos ganamos la libertad de hacer y ser lo que nosotras – si nosotras – queramos y no lo que los demás esperan. Porque reconocemos ¡al fin! todo el valor que tenemos como mujeres y dejamos de aceptar menos de lo justo en todos los ámbitos de la vida.

Porque contrario a sufrirlo, ahora disfrutamos de un fin de semana completo en casa pues ese tiempo lo dedicamos a la familia y a nosotras mismas, cuya compañía dicho sea de paso ahora valoramos increíblemente.

Y cuando si se sale, los planes cambian de fiestón interminable con juma incluida a idas al cine, cafés y cenas con amigos verdaderos; y no por vejez como muchos dicen, sino por disfrutar más de la compañía, la conversación y el momento.

Porque aprendemos a reconocer un amigo que nos va a acompañar años de un conocido que va a estar en una etapa de la vida y ya. Y con eso también cambia el orden de prioridades: en los veintes lo primero eran nuestros amigos, a los treintas sin duda lo más importante y valioso es la familia.

Porque empiezan a haber menos parejas, pero no porque ya estemos con fecha de caducidad, sino porque desaparece la cantidad para enfocarse en la calidad, pues como dijo una amiga un día de estos, después de los treinta sabemos que el amor no se trata de sentir mariposas en la panza, sino de encontrar un compañero de vida.

Porque nos rompieron el corazón muchas veces, pero en el proceso aprendimos dos cosas fundamentales:
  1. Si la historia es reiterativa no hay que cambiar de prójimo, sino cambiar nosotras mismas.
  2. Antes que el amor por otros, hay que poner siempre el amor propio.

Porque nos equivocamos muchas veces, hicimos berrinche, nos auto-compadecimos, hicimos berrinche, aprendimos, hicimos más berrinche, pero seguimos y eso nos hizo ser más inteligentes y más fuertes. Porque ahora nos maquillamos menos que antes, pero nos arreglamos mucho más el espíritu.

Porque después de tantos años de guerra fría con nuestro cuerpo (ese que no es ni será perfecto) por fin hacemos las paces con él y empezamos a preocuparnos por su estado, pues aquí no aplica lo del Hilux “no lo maneje, maltrátelo” entonces empezamos a chinearlo más.

Porque en mi caso personal, mi relación con Dios pasó de pedirle que no me fuera como en feria por llegar tarde a la casa, a agradecerle por cada cosa que pone en mi vida aún si no las noto por lo cotidiano, a agradecerle por tanto amor y tanta paciencia que ha tenido conmigo estos años.

Porque nuestros sueños son ahora también metas y objetivos claros, pues sabemos perfectamente cuál es nuestra capacidad y conocemos nuestros límites, sabemos cuáles son las fortalezas y las debilidades.

Y porque, en conclusión, después de los treinta nos sentimos más nosotras, bendecidas, seguras, decididas, humanas, completas y felices que nunca y podemos decir con total convicción:


¡Benditos sean los treinta y tantos!


Mari.

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4 Comments:

  1. Poder llegar a ese punto donde las dudas se van aclarando siempre es liberador. Incluso el poder confirmar que uno siempre tuvo las respuestas a esas dudas da confianza en el criterio que uno tiene y seguridad en las decisiones que uno toma en adelante.
    En el momento en el que entendés que la única opinión que es importante es la propia (y a veces la de la familia), uno vive más tranquilo y menos pendiente de la opinión de los otros.

    Puede que exista pesar por las persona que soñamos ser en algún momento y no hemos conseguido ser. Y en ocasiones ese pesar intolerable hasta que entendemos que la vida aún no se termina, que estamos en un punto donde tomar el control de nuestra vida es una decisión que podemos tomar en cualquier momento. Y en ese momento, el pesar se va: para siempre.

    Uno no puede estar agradecido y triste o enojado a la vez.
    Entender que uno llegó a los treintas a puros brincos y saltos con salud, trabajo y mucha experiencia es el mejor remedio para los momentos difíciles que tarde o temprano nos toca enfrentar.

    Si los veinte fueron buenos, ¡los treinta serán mejores!

    PS: el comentario se vino sin café o birra pero igual disfruté la lectura como si tuviera uno a la par 😁

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  2. ¡Muchas gracias por los comments! Saludos :)

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